Rivalidad, pero bien entendida

Enrique Borgarelli

Licenciado en psicologí­a

Los dirigentes de los clubes, que lamentablemente están en vías de extinción, son los artífices de conducir a un chico a un camino sano, viable y positivo. Los directivos, tanto como los padres y otros protagonistas, deben entender que el hecho de perder está permitido en el reglamento. Perder, en definitiva, es una regla de juego tanto como la victoria o el empate, pero con la única diferencia de que una caída no es decisiva, simplemente porque el adversario fue superior en ese encuentro.

Ser rival en la cancha no significa ser enemigo del otro. Yo te quiero ganar a vos, sacarte la pelota, hacerte un doble con volcada incluida o encestarte un triple, pero afuera te voy a saludar igual. La bronca -hasta lógica-- queda adentro del rectángulo, pero afuera debemos ser los mismos que antes de arrancar el partido.

Por eso, siempre destaco que en el rugby, más allá de la confrontación que se desata en el partido, luego todo queda minimizado en un tercer tiempo. Incluso, sucede en el boxeo. Los deportes que deberían tener mayor arraigo general, increíblemente terminan siendo los más complejos.

Insisto, tanto dirigentes como padres terminan siendo cómplices de su propia furia. Maradona hubo uno solo, Messi también y Ginóbili es único. No se puede alterar el orden de los factores.

El pibe tiene que jugar, divertirse, escuchar la voz del entrenador, el silbato del árbitro y nada más. No puede vivir pensando que el papá está con la mirada fija, imaginando que cuando llegue a su casa vendrá automáticamente el reto por un mal pase o un gol errado.

La frase. "Tanto dirigentes como padres terminan siendo cómplices de su propia furia".