El amor por los colores

El legado de Milito a su hijo

"Mi hijo juega en las Infantiles, es delantero. Y no quiero que sufra presiones de ningún tipo. Quiero que sea feliz. No sé si va a llegar a Primera, muchos quedan en el camino. Me encanta verlo con la camiseta de Racing. Si tiene que ir al banco, le digo que pelee el puesto. Si no le toca jugar, que siga practicando. Que sepa lo que es el sacrificio", sostiene papá Diego Milito sobre Leandro, su primogénito.

Hoy, el fútbol profesional ya es cosa del pasado para Diego, multicampeón con Inter, con doble vuelta olímpica con Racing e ídolo de esos clubes, como del Genoa italiano y el Zaragoza español.

Pero más allá de un pasado lleno de títulos, logros -ser el mejor jugador de la Champions League 2010 donde anotó los dos goles de la final para Inter ante Bayern Munich- y festejos, Diego se apasiona cuando habla de su pequeño hijo.

Es que el cuerpo de Leandro, de 8 años, está en el colegio, pero su alma merodea la habitación de su casa.

Un alma que su padre fue moldeando con amor por los colores desde palabras, añoranza a la distancia, una inmaculada sensación de pertenencia, el deseo de regresar a las raíces, promesas cumplidas, gloria abrazada.

Hay una pared celeste y otra blanca. Una colcha con la leyenda "El primer grande" y un escudo de Racing. Otro que brilla sobre la cabecera rodeado de estrellas. Un velador, una alfombra, cajones de la mesita de luz... Todo lleva algo del club. Y hay una encantadora pequeña maqueta del Cilindro. Racing vive en este casa. Es su otra sede...

"¡Miren lo que es esta pieza! A mi hijo lo enfermé de Racing. Fueron años mamando mi enfermedad", cuenta Diego Milito, orgulloso, en la más profunda intimidad de su hogar.

En su mano, el teléfono celular luce un protector plástico de Racing y las bases de los dos arcos del parque se dejan ver celestes, desde el noble ventanal. 

El Príncipe, hoy incipiente ex jugador, es el dueño de una locura que Leandro, su pequeño heredó desde la cuna.

Porque Diego es mucho más que ídolo de Racing; él es Racing...

"Lo único que alegró a mi hijo del retiro es no verme más con el hielo. `Basta con el hielo', me decía. Quería jugar conmigo, pero yo le decía `pará que estoy con el hielo'. Me mató la rodilla. Desde que me la lesioné contra Guaraní, en 2015, no volví a estar 10 puntos y siempre tuve dolores ahí. Pero disfruté mucho de estos últimos dos años, que para mí fueron un regalo del cielo, de Dios".

(*) Gran parte de esta nota fue realizada por el periodista Nicolás Montalá y publicada por Olé.

Un rato para la emoción. Todo el cilindro lloró con la despedida de su ídolo. Recordalo.