Marcial Pérez: secretos de una herramienta diferente

Los jugadores, las piernas. El técnico, la palabra. Los utileros, el lomo. El cuerpo médico, los ojos y las manos. Desde que el fútbol es tal los roles están definidos así, pero este semestre el cuerpo técnico de Olimpo incorporó a alguien que le puso la cabeza: Marcial Pérez, especialista en neurociencia, y encima hincha del Aurinegro.

“Voy a trabajar para que los jugadores conozcan cuáles son sus recursos mentales y cómo pueden potenciarlos”, le contó a Aurinegro Web a los pocos días de su llegada. Y cinco meses después, con la misión cumplida, detalló algunos de las intimidades del vestuario que colaboraron a mantener la armonía de un grupo exitoso.

-¿Cuál fue tu función y tu tarea concreta en este semestre?

-Trabajo herramientas vinculadas a la ciencia para ayudar a determinadas prácticas. En los primeros dos meses trabajamos tres tipos de ejercicios distintos: meditación, visualización y evocaciones positivas. Las hacíamos en el vestuario cada mañana, 15 o 20 minutos antes del entrenamiento. También es un trabajo, más que de acción, de mucha observación: si hay un malestar, acercarse y trabajarlo. Pero eso no lo hacía yo sino que todos estábamos detrás.

-Aunque evidentemente está ganando terreno, un plantel de fútbol meditando adentro del vestuario no es una imagen habitual. ¿Qué recepción tuvo tu propuesta? ¿Ya lo habías hecho en otro club?

-Nunca había estado en un vestuario de fútbol. Mario aprobó mi ingreso y fue bastante receptivo, me dejó hacer. Y los jugadores, algunos más que otros por supuesto, en general fueron colaborativos y respetuosos, y esa es una de las grandes satisfacciones que me llevo de estos meses.  A la meditación se fueron incorporando de a poco, algunos al principio miraban de reojo y otros también fueron indagando por afuera. Yo me ocupaba de explicarles el sustento de cada ejercicio que hacíamos. Que sepan y entiendan por qué lo hacen es lo que genera motivación.

-¿Qué son las visualizaciones?

-Consisten, por ejemplo, en imaginar jugadas con los ojos cerrados. El inicio, el pase, el control, hacer el movimiento y una finalización con éxito. Si yo condiciono un determinado gesto motor hacia emociones positivas, en la cancha hay muchas más posibilidades de evocar ese movimiento y realizarlo bien. A todo eso se le agregan elementos del contexto: rivales, gritos, ruido. Con esto se activan áreas neuronales que son las mismas que se activan durante el partido, así que sirve para construir confianza y mejorar movimientos en el campo.

-Llegaste al club en un panorama muy adverso: en un amistoso de pretemporada Olimpo perdió ante Santamarina y los jugadores se fueron muy insultados. ¿Qué se hizo para recuperar el Carminatti y sumar diez de los últimos 12 puntos?

-La localía era un problema. Trabajamos algunas meditaciones con audios de la hinchada local e hicimos caminatas por la tribuna y trabajos de visualización. Eso desarrolló un vínculo positivo hacia la cancha propia, en el que entendimos que los gritos de la tribuna no debían modificarnos para nada sino que había que concentrarse plenamente en los procedimientos tácticos sin dejarse distraer. Y cuando se logró eso se generó una espiral creciente, porque se generó un vínculo positivo con la hinchada que realimentó la localía. También fue importante entrenar en el estadio, porque el cerebro toma decisiones subconscientes en función de elementos contextuales. No es lo mismo entrenar en la cancha que en el predio, más allá de que entiendo los cuidados que hay que tener con el césped.

-¿Cuál creés que fue el impacto concreto de estas prácticas en la permanencia en Primera?

-No siempre se puede medir el impacto del trabajo, de hechos muy pocas veces. Pero la ciencia determinó que en ciertas condiciones esto da buenos resultados, así que hay que aplicarlo sin preocuparse tanto por medirlo. Los resultados se terminan dando por un combo de todo lo que hagan jugadores y cuerpo técnico, cada uno en lo suyo. Lo que sí es evidente es que fue un grupo sólido, homogéneo, sin divisiones internas. La oxitocina es una hormona tan buena para consolidar un grupo como para enfrentar a un rival. Si hay divisiones se producen confusiones y el rival pasa a ser un compañero, pero eso nunca pasó.  Siempre se apoyó al que se caía. Y hubo líderes. El Chori Vega no jugó pero hizo sus jugadas con el perfil tan afectuoso que lo caracteriza. Gabbarini es un fenómeno, muy positivo. Jony Blanco, el Titi Villanueva y Emiliano Tellechea tienen ese perfil necesario para aglutinar y unir.

-Blanco y Coniglio son dos jugadores que perdieron el puesto, fueron muy autocríticos y terminaron recuperando su lugar. ¿Qué pasó en el medio?

-Coniglio es un caso emblemático. Nos juntábamos todas las semanas a trabajar cuestiones relacionadas a la confianza y la agresividad en el juego. En una entrevista dijo que la cabeza le hizo un clic. y ese cambio ocurrió con la ayuda de todos, porque además de mi trabajo es fundamental las charlas que Mario tiene con los jugadores. Darles confianza y fortalecerlos tienen impacto grande en el cerebro, es algo que se puede explicar a nivel neurológico y químico: hay estímulos que pasan la barrera hematoencefálica, llegan al cerebro y animan al jugador a arriesgar. Y en el riesgo es donde se hacen las buenas jugadas.

-Te cito otro caso menos visible: Nicolás Álvarez. En algún momento del verano hubo medios que dijeron que iba a rescindir su contrato.

-Nico tiene un espíritu muy especial. Entrenaba de buen humor y hasta riéndose de su situación, pero siempre con una actitud positiva. Cada jugador no puede controlar la decisión de un técnico o un ayudante. Él entendió que hay variables que puede controlar y otras que no. Entonces, a las variables que no controlo, las dejo de lado. Esa es la manera: concentrarse en lo que cada uno puede controlar, que es la performance individual. Eso lo hizo jugar en partidos importantes aunque sea un rato. Y rindió, lo que es todo un logro para un jugador que parecía que iba a ser una baja.

-En el vestuario después del 3-0 contra Aldosivi tenías puesta la camiseta número 29, la de Strahman, el único jugador de cierta edad o trayectoria que en la recta final no fue considerado por el DT.

-Tuvimos muchas charlas con Eial. Le puso ganas y se fastidiaba, pero con él mismo y no contra alguien. También se lo tomó con humor en algún momento, se la bancó bien hasta el final y eso también es lo que construye un clima nutritivo y afectivo en un equipo.

-En Mar del Plata, visiblemente emocionado, Sciacqua contó sobre su fuerte vínculo con el catolicismo y cómo eso repercutía en su trabajo. ¿Hubo buena convivencia entre ciencia y religión?

-Seguro. La religión es útil cuando nos da confianza, nomás hay que ser cuidadoso y no atribuirle nuestros méritos a un Dios que tranquilamente podría haber ayudado a Aldosivi. Pero eso no ocurrió y mucho menos de parte del DT. En los entrenamientos nadie esperaba que cayera una bendición, sino que nos salvamos por el trabajo de todos.

-¿Un momento difícil del semestre?

-El vestuario después de perder con Arsenal fue el peor momento de todos, no me lo voy a olvidar nunca. La fortaleza del vestuario se ve en las malas. Siempre hubo respaldo y autocrítica, pero no críticas cruzadas. Después de ese partido el equipo no perdió más: dos victorias y dos empates.

-¿Cómo te llevaste con tu condición de hincha de Olimpo? Porque un médico o un psicólogo no puede atender a su familia. Si bien vos no sos ni una cosa ni la otra, tu rol tampoco está lejos de eso…

-El festejo fue doble (risas). Siempre traté de ocupar mi lugar y mi rol, pero cuando había que festejar era uno más.


Nota y foto: Aurinegro Web.