Infancia

Ella, la pulpo, la dueña de millones de sueños

La nobleza de un juguete que atraviesa generaciones. De la genial creación de Don Gerildo Lanfranconi a mediados de los años treinta a un presente distinto que busca mantenerse frente a la tentación del uso de las nuevas tecnologí­as.

El aroma, ese inconfundible olor a goma recién fundido a partir de los fardos de caucho, se siente a metros de distancia. Una especie de agradable fragancia que acompaña a los pibes desde mediados de la década del 30 se mete por los poros de todo aquel que pasa por la esquina de Catalina Boyle al 3100, en Villa Lynch. Allí, donde la infancia vuelve y se mete en el cuerpo de cualquier grandulón que, como en una regresión a su infancia, intenta, con dudosa suerte, domar con el pie, con la cabeza o con la mano esa imperfecta esfera roja con rayas blancas. Allí, donde hoy la pelota Pulpo continúa repiqueteando y saltando a su antojo. Es cierto. Es real. La vieja y querida Pulpo resiste y subsiste a los embates de la globalización, a las crisis económicas y a la irrefrenable prepotencia de la tecnología que hoy tiene a millones de chicos, joystick en mano, como zombies “pateando” una pelota imaginaria como si fueran hologramas de Leo Messi o Cristiano Ronaldo.

Claro, ya no son épocas de vacas gordas. Y la Argentina (al igual que el mundo) ya no es la misma que hace ocho lustros. La fábrica de la calle Pinto al 3700, en el barrio porteño de Saavedra, que llegó a estar abierta las 24 horas y los 7 días de la semana y donde se producían unas 5000 pelotas por jornada (en todos sus tamaños), es apenas recuerdo del que sólo queda la fachada. Hoy, en cambio, la realidad es otra: “Esas 5000 pelotas diarias (entre todos los tamaños) de antaño es la misma cantidad que fabricamos de la número 6 (el tamaño más grande) en un buen mes”, dice Nicolás Cena, encargado de pelotas Pulpo. “Se arraigó en el imaginario del argentino. El secreto es que cualquier futbolista lo sabe: vos dominás una Pulpo y podés dominar cualquier tipo de pelota porque es muy difícil trasladarla y pegarle a un lugar determinado. Si lográs eso, sos un crack porque la pelota no es simétrica y porque no pesa lo mismo de un lado que del otro”, dice Nicolás, de 41 años, bajo la atenta mirada de Luis, su papá quien a los 13, en 1966, colaboraba en la fábrica comandada por Don Gerildo Lanfranconi, el verdadero cerebro de la pelota más nacional y popular de la Argentina, quien junto con su hermano Arístides fundaron años después (en 1958) la empresa G. Lanfranconi SRL.

La idea de Don Lanfranconi fue revolucionaria, única. Acaso irrepetible. A partir de su trabajo como operario en Pirelli, don Gerildo se dedicó a la elaboración de productos derivados del caucho. De allí surgió la vieja y entrañable Pulpo que atravesó generaciones y cobijó los sueños e ilusiones de miles y miles de pibes en las calles de tierra y empedrado del país. Para eso creó un sistema que le permitió inyectar goma de color rojo sobre la goma blanca, lo que determinó su rayado tradicional. Tiempo después, al rojo se le agregó el azul. ¿Y el nombre de la pelota dónde se originó? Muy sencillo, a partir del apodo con el que se conocía a don Gerildo. “Se llama Pulpo porque Don Lanfranconi, según cuentan, tenía mucha fuerza y podía levantar los fardos de caucho que en ese momento pesaban unos 100 kilos (hoy, en cambio, pesan 35). Él lo levantaba del piso con un solo brazo. Como a él lo llamaban el Pulpo, la pelota terminó con ese nombre que hoy todos recordamos”, rememora Luis. Y su hijo añade: “Había un folclore sobre el nombre que no es real. Se decía que su nombre venía de las viejas pulperías que había en los barrios. Entonces, la pelota que vos encontrabas ahí era esa. Es un mito que suena bastante real. Pero no, no surge de los almacenes de barrio”.

La fábrica se dedicó primordialmente a la producción de artículos moldeados en goma. Además de la pelota Pulpo, confeccionan, por ejemplo, sopapas, bolsas de agua caliente, pipetas para enema, las etiquetas para las zapatillas Topper o parte de las suelas para los calzados Febo, cuerdas para triciclos (la cubierta de goma que cubre sus ruedas metálicas), pelotas de pelota paleta (las negras que tiene un bola de metal en su interior) y pelotas de tenis (marca LAN-GER, denominación formada con las tres primeras letras del apellido y las tres del nombre paterno).

Pero el éxito de la pelota Pulpo fue casi inmediato y don Lanfranconi se convirtió en un empresario exitoso. “Todos los pibes podían tener una. Fue un producto revolucionario porque era de fácil acceso”, señala Nicolás quien muestra a Enganche cómo es el proceso aunque no revela qué es ese líquido o juguito que lleva adentro con olor a amoníaco y que brota como un volcán cuando la caprichosa pelota de goma se pincha. “El líquido que sale de la pelota cuando se corta es lo que nosotros vulgarmente le decimos chimichurri que es el secreto. Es como el sabor de la Coca Cola”, dice entre risas mientras señala que el proceso se inicia a partir del caucho y en una producción en serie se logra moldearla con el calor como paso final. “La forma de fabricar la pelota no cambió, es la misma de siempre. Es un proceso a partir del caucho, lo único que se incorporó fue la raya que se empezó a hacer con doble extrusora. Dejó de ser pintada a mano y se incorporó al proceso. La raya blanca se pintaba con un pantógrafo, sacabas la plancha de goma color rojo, bajabas un shablón y hacías el dibujo de la raya. Nosotros le llamamos mezcla de goma. Después se ponía al horno y salía la pelota terminada. Hoy, si cortás la pelota en modo de incisión y ponés el perfil de la pelota en su espesor, se nota el blanco”. 

Otro se los secretos de la Pulpo es que no es una pelota simétrica, no pesa lo mismo de un lado que del otro por el tipo de armado que tiene. La Pulpo tiene un lado totalmente liso y otro donde se une la pelota en el que posee una costura que se une a partir de la matriz; y tiene un taco de goma que se mete hacia adentro de un centímetro que impide que salga el líquido. Ese taco es el que genera el sonido tic tic tic tic al moverla a gran intensidad como si fuera un sonajero. “Parece como si tuviera adentro un pedazo suelto que golpea con los lados internos”, avisan los Cena.

Pero entre los avatares y vaivenes económicos, la pelota Pulpo llegó a la compleja década menemista. La funesta etapa de los 90 cuando la convertibilidad del inefable Domingo Cavallo regaló, por un lado, inolvidables y mesiánicos viajes por el mundo, y, por el otro, propició la lenta agonía de la industria nacional con una trepidante deuda externa. En ese momento, en 1994, Juan Carlos Lanfranconi, el hijo y heredero de don Gerildo (que murió en 1972 y su hermano Arístides en 1967), decidió bajar las persianas. Sin embargo, las hermanas Diana y Susana, herederas de la parte Cena de la empresa (“Lanfranconi era la parte pensante y creativa, además de oficiar de ingeniero; los Moreno, la contable, y los Cena, la comercial”, explica Nicolás) quisieron continuar por las suyas. “Los Lanfranconi no siguieron. Juan Carlos, su hijo¸ no le interesaba porque durante el 1 a 1 la importación liquidó el mercado. Con el costo que vos acá hacías una pelota de tenis importabas un tubo con tres pelotas listo para exhibir. En la década del ’90 mis tías hacían magia para mantener abierta la fábrica. En 2004 mi papá se suma y se hace cargo de la fábrica”, advierte Nicolás. En ese momento, el país volvía de la crisis económica que golpea cíclicamente a la Argentina y Luis Cena, que había perdido todo tras la recesión de 2001 intentó ponerse de pie con un producto que para él nunca morirá. “Su idea era volver a imponer la pelota Pulpo. El mercado era muy reducido. Como él no podía estar en la fábrica y, a la vez, salir a vender lo solucionó de una manera difícil de sobrellevar: la fábrica abría de madrugada y cuando el personal se iba a las 6, mi viejo salía a vender y repartir. No vivía, literalmente”, detalla. Y continúa: “Empezó por Once, donde se concentra la mayor clientela y uno a uno fue ganando clientes hasta poder expandirse en la Costa Atlántica y en el interior. Tenemos clientes de toda la vida que, por ejemplo en Tucumán, hoy nos hace pedidos el nieto del dueño originario que tiene 86 años y que le compraba a Pulpo a fines de los ’60. En Córdoba pasa lo mismo. Los negocios  más antiguos de Once que compraban en los ’60 y ’70 hoy siguen haciendo pedidos”.

Para los Cena continuar con lo que don Lanfranconi inició hace más de 80 años se convirtió en una oportunidad, una chance de mantener vivo un juguete tan noble y sencillo como una pelota. “Apuntamos a que sea la pelota de inicio en el fútbol de los más chicos. Por eso, nos vinculamos con los clubes de barrio. Ahora, los chicos no juegan en la vereda, los potreros casi que han desaparecido y las sociedades de fomento se mantienen como pueden. Entonces, los clubes de barrio asumieron roles fundamentales y en crecimiento en los que es la estructura barrial”, apunta Nicolás. Ahí, en Villa Lynch, el club Pinocho que vivió tiempos complejos hace unos años retomó el auge como espacio deportivo en el barrio. “A ellos les dimos una tanda de pelotas y ahora van por la tercera reposición de pelotas que nos compran. Hoy tenemos 9 empleados fijos en planta y 2 vendedores en la calle. Mi viejo hoy se encarga de la parte directiva y del mantenimiento de las máquinas, y yo estoy en la parte de la administración y del reparto. Es todo muy pequeño, una Pyme familiar en comparación con más de 80 empleados que llegó a tener Pulpo en su época de esplendor”, analiza.

La Pulpo hoy vive, o mejor dicho sobrevive, tan rápida, elástica e impredecible como cuando las calles del país no eran de asfalto. Ella, la Pulpo, fue la responsable de que millones de pibes pudieran comenzar con los primeros sueños en garabatos de patear una pelota de verdad.

Fuente: Enganche.